viernes, 14 de septiembre de 2007
Qué pasó antes de que pasara
¿Finalmente decidiste tener un bebeto? Imagino que, razonablemente, buscaste primero un donante de esperma (puede ser o no tu novio, pareja, amante, esposo y todo lo anterior junto). Después, un buen obstetra para las consultas pre embarazo. Y más tarde fuiste al gimnasio, tomaste las vitaminas varias y el famoso ácido fólico, dejaste de fumar y de beber alcohol y renunciaste solemnemente al exceso de cafeína. Imagino que además habrás hecho una lista de los sitios de asistencia preparto más renombrados de la localidad para visitar a todos antes de elegir. Y, claro, compraste ropa apropiada. Ah... ¿no hiciste eso? Yo tampoco.
Primero tuve un par de meses de negociación con mi compañero, el Pablo. (¿Les gusta eso de "compañero" para referirse al no marido? Es re setentista la palabrilla). Hemos negociado cosas tales como: escuela pública siempre; pediatra convencional más un médico homeópata; nada de cocacola ni golosinas compradas durante al menos dos años; prohibido beber y conducir (eso debía haber sido obvio, yo lo usé como elemento de negociación. No me quedaba más remedio); si yo tengo que dejar de fumar vos también y más vale que me compres esa cartera de un millón de dólares como premio por dejarme preñar. En una cosa en la que estuvimos de acuerdo de inmediato fue en no dejar solo a nuestro retoño con mi madre o su madre hasta que no tuviera edad para marcar el número de emergencias en el teléfono. (En Tucumán es el 107 para urgencias médicas, el 103 para Defensa Civil, el 101 para la policía y no me sé el de los bomberos. De modo que tendría que ser no sólo lo suficientemente mayor, sino además bastante astuto como para retener todos esos números y sus correspondencias).
Después de acordar algunos términos como los antes mencionados fuimos al obstetra. El buen doctor me dijo que tenía que bajar varios kilos (seis) y tomar el ácido fólico. Todo eso después de aclarar que dejara el método anticonceptivo que estuviera usando. A menos que lo mío, en lugar de preservativo, pastillas, DIU o espermicida fueran los métodos "naturales". En ese caso, dijo, no había problema, podía seguir cuidándome y lograr un embarazo, todo al mismo tiempo.
En fin, bajé ligeramente el uso de tabaco y el de alcohol (se hace lo que se puede); empecé a tomar el bendito ácido fólico y abandoné mi prolija obsesión por evitar un embarazo.
Confieso que lo hice sin ninguna confianza en resultados rápidos. Fumo; bebo; duermo poco para mi gusto y demasiado cuando se presenta la oportunidad; adoro la cafeína y mi alimentación se desarrolla en torno a cualquier cosa preferentemente comestible que pueda comprarse con envío a domicilio. Y he aquí, que al primer intento, test casero positivo.
Mucho susto. El fin de semana anterior a la noticia había fumado y bebido como bestia y me había tomado un relajante muscular (con permiso médico, chicas) para sacarme la postura de Quasimodo que había llevado durante tres días. Ni qué hablar de los kilos que tenía que bajar. No me pesé, pero de seguro que había aumentado un par gracias a mi dieta de mortadela, pan, manteca y aceitunas.
En fin, a pesar de todo eso voy por la semana 18 viento en popa, sin complicaciones evidentes y sin demasiadas preocupaciones. Así que, según mi experiencia, no hace falta tener los hábitos sanitarios de un monje budista para estar en condiciones de procrear. Y si tus hábitos apestosos se mantienen durante los días previos a que te enteres del embarazo, no pasa nada (después de todo, es muy probable que hayas estado ebria o fumada para dejarte embarazar). De modo que la diferencia que puede haber entre buscar y no buscar quizá se reduzca sólo a la preparación psicológica para que el test te dé dos rayas en lugar de una. Después de todo, en el resto da igual.
Por cierto, si quieren empezar la búsqueda o ya están hasta las manos y no hay vuelta, diviértanse e infórmense con Embarazada, de Kaz Cooke. En castellano sólo está disponible una traducción en español de España, pero está bueno igual.
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